Los cohechos en el siglo XXI están a la orden del día, es decir, son muy habituales en la vida cotidiana sobre todo en la política. Hay una cosa que me llama mucho la atención en esto del periodismo deportivo y no es otra que la publicación en algunos medios de papel de competiciones o eventos, que normalmente no saldrían ni en la «Hoja Parroquial» y que llenan las páginas de los rotativos. No me estoy refiriendo a la publicación de algún tema de política deportiva, que puede llevar consigo algún regalito que otro para el periodista, me refiero a la publicación de temas deportivos que conllevan el mítico y famoso cheque de marras.
En el siglo XX era bastante habitual que desde las federaciones u organizaciones de eventos se dispusiera un presupuesto para agasajar con regalos a los periodistas, sobre todo en los deportes menos habituales en los periódicos. Era práctica habitual regalar polos, camisetas, bolsas de viaje o algún que otro presente culinario. Era habitual, por ejemplo, que los futbolistas se pasearan por las redacciones de los periódicos y las radios la semana antes de que recibieran su homenaje de retirada repartiendo cajas, ceniceros y mecheros de plata conmemorativos del evento para conseguir una cierta publicidad y llenar el estadio en día del partido homenaje, del que se llevaban para sus arcas la recaudación una vez liquidados los gastos.
Lo mismo ocurría con los toreros. Todos, sin excepción, mantenían cada temporada un presupuesto para agasajar a los periodistas y así ablandarles a la hora de la crítica negativa o animarles a la exageración en la positiva. Estas eran prácticas generalizadas y que ahora, con la crisis, han pasado a ser mucho más selectivas. El «unte» del personal siempre ha estado a la orden del día y puedo poner como ejemplo uno que se intentó en ABC en 1992, en la época en la que España acudió por primera vez a disputar la Copa América de vela, y que sirvió para desenmascarar una pequeña trama de malvesación de de recursos públicos.
Uno de los redactores de ABC de aquella época recibió un cheque en blanco, sí sin que en el apartado de la cantidad pusiera ninguna cifra y con la firma reglamentaria, a cambio de no escribir nada sobre aquella malvesación. Ese redactor acudió al despacho del director (Luis María Ansón) con el cheque en la mano y denunció el intento de soborno. Se lió la marimorena como no podía ser de otra manera. El susodicho cheque se invalidó y se enmarcó para orgullo de aquel periodista, que no se dejó comprar. El escándalo saltó a los periódicos a pesar de las continuas amenazas que recibió el redactor.
En la actualidad se intentan cosas parecidas. Los patrocinadores ya han despertado y no se dejan engañar, como siempre lo han hecho, por los organizadores o directores de eventos y proyectos. Ahora, como los presupuestos de márketing y publicidad están más bien cortitos, se exige mucho más. Hay que sopesar qué es más caro: comprar espacios en los periódicos exigiendo lo que hay que publicar o deslizar una prevenda a modo de cheque o compensación profesional remunerada. Esto último está mucho más de moda, pero aún no está denunciado por nadie.